Desde el pasado marzo tenemos una referencia informativa omnipresente. El coronavirus es el agujero negro que se traga prácticamente cualquier otro tema. La pandemia es, sin duda, un desafío como no ha conocido nuestra generación, hasta el punto de hacernos olvidar esos otros problemas que estaban ahí antes de que el virus llegase a nuestras vidas y que, lejos de aplacarse, siguen agravándose aunque permanezcan invisibles en nuestro día a día.
La mitad de los municipios andaluces ha perdido población en lo que llevamos de siglo. Las áreas con una densidad de población baja, menor a los 50 habitantes por kilómetro cuadrado, superan ya el 65% de la comunidad. Granada, con casi un millón de habitantes menos en una década, es la provincia que más ciudadanos pierde, si bien en términos porcentuales es Jaén la que más acusa el declive, con una caída del 4,4%. Córdoba completa el triplete de provincias que decrecen en población, dejándose casi 800.000 personas por el camino. Las otras provincias andaluzas aumentan sus números, aunque con importantes desequilibrios internos que benefician al litoral y a los cinturones de las capitales en detrimento de las zonas de sierra o las grandes extensiones de agricultura extensiva.
Vivir en áreas rurales genera una dificultad en el acceso a muchos servicios que fomenta el éxodo. El continuo sangrado de vecinos supone, a su vez, el cierre de equipamientos, en una espiral de deterioro de la calidad de vida que ha alertado al Defensor del Pueblo Andaluz. Jesús de Maeztu ha destacado las carencias en materia educativa, sanitaria y de dependencia y envejecimiento activo. Especialmente preocupado se muestra en su informe de 2019 por la exclusión financiera, especialmente de los mayores, que “carecen de una mínima cultura digital y el acceso a los medios electrónicos les resulta complicado”. Una brecha que no es solo generacional, sino también de cobertura de los servicios. Si en las ciudades con más de 100.000 habitantes llega internet al 93,5% de los hogares, la cifra baja al 86,8% en los pueblos de menos de 10.000.
“Sin estos servicios básicos, los pueblos no tienen atractivo”, afirmaba con rotundidad la semana pasada el presidente de la Diputación de Granada, José Entrena, en un foro sobre despoblación rural, haciendo hincapié en la dificultad de los pequeños ayuntamientos para cubrir estos huecos: “es imprescindible que los gobiernos locales de los medianos y pequeños municipios de la Andalucía rural tengan suficientes recursos para prestar servicios públicos de calidad de competencia local”.
El presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes, llamaba esta semana en el Parlamento a la unidad de las administraciones para convertir la Andalucía rural en “espacio para la felicidad, para una mayor comodidad de trabajadores y sus familias”, fomentando el turismo, la artesanía y el comercio como motores económicos de los pequeños municipios con un objetivo: “es más fácil intentar que no se vayan los que quedan, que vuelvan los que se marcharon y que lleguen nuevos habitantes”. Además, ha llamado a que se haga especial énfasis en estas zonas a la hora del reparto de la Política Agraria Común de la Unión Europea. El abandono de los pueblos dificulta el relevo en este sector que se ha reivindicado como fundamental durante el confinamiento. Ha tenido que parar la mayor parte de la actividad en las ciudades para que reparemos en nuestra dependencia de la agricultura, la pesca, la ganadería, trabajos que requieren de una apuesta importante en la oferta formativa y la rentabilidad social y económica para evitar el desapego hacia el sector primario en las nuevas generaciones.
En el caos de un mundo en plena pandemia, parece que los habitantes de la ciudad se han dado cuenta de que la vida en el pueblo presenta algunas ventajas frente a los pisos con balcones diminutos o los transportes públicos llenos de desconocidos. El portal inmobiliario Idealista ha detectado un repunte del 13,2% en la búsqueda de viviendas para comprar en municipios de menos de 5.000 habitantes. ¿Será suficiente el auge del teletrabajo y el miedo a las aglomeraciones de la ciudad para revertir el vaciamiento del campo? Aún es pronto para sacar conclusiones. Sin embargo, sin solventar antes las carencias que hemos ido desgranando parece difícil que la masa urbanita pueda encontrar en el pueblo más que un desahogo pasajero al agobio de la ciudad.
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