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🎼 #Cultura | Lola Flores: la artista 360 cuando nadie sabía lo que era serlo


Cuando se habla de divas que marcaron época, la mente se nos suele ir al Hollywood de los años dorados. Nos olvidamos con demasiada frecuencia de que España fue capaz de crear un star system propio e intransferible basado en su propio folclore, un olimpo cañí en el que la trama de las películas o la música de las canciones quedaban eclipsadas por la personalidad arrolladora de las intérpretes. De todos estos mitos de la copla, pocos han sobrevivido tan bien al paso de los años como Lola Flores.


Hoy se cumple un cuarto de siglo desde el fallecimiento de una artista difícil de clasificar. Quizás quien mejor la definió fue el poeta y dramaturgo José María Pemán cuando dijo de ella que era un torbellino de colores. Lola era, en efecto, arrolladora y apasionada dentro y fuera del escenario, porque una buena folclórica lo es también cuando cuelga la bata de cola. En su legado están temas inmortales como A tu vera o Ay, pena, penita, pero también frases tan geniales que todavía hoy son carne de meme.


Jerezana del barrio de San Miguel, la Faraona debutó a los dieciséis años en el teatro Villamarta de su ciudad, aunque su estrella comenzó a brillar cuando se trasladó a Madrid para unirse como telonera a la compañía de la cantante Mari Paz en 1942. Al año siguiente ya encabezaba su propio espectáculo y empezaba una vorágine de giras por España y América. Fue en Nueva York donde un periodista acuñó otra definición de ella que pasó a los anales: "No canta, no baila, pero no se la pierdan".


Si los espectáculos, en su mayoría firmados por Quintero, León y Quiroga, fueron importantes para darla a conocer, las más de treinta películas que protagonizó contribuyeron a consolidar su popularidad a ambos lados del Atlántico. Al contrario que otras folclóricas, Lola consiguió sobrevivir cinematográficamente a la crisis de la copla en los años sesenta. De su mano podemos apreciar la evolución del cine español de masas durante casi medio siglo, desde la traslación a la pantalla de espectáculos folclóricos como La niña de la venta a comedias cercanas al landismo, como Juana la loca... de vez en cuando, en la que representaba la versión más hilarante jamás rodada de la muerte de Isabel la Católica.


Aunque, sin duda, el guion que mejor interpretó fue el de su propia vida. La afrontó con una libertad, con una falta de complejos sorprendente en una mujer de su época. Formó pareja artística y sentimental con Manolo Caracol, con el que desarrolló una química hipnótica en el escenario y con el que también saltaban chispas, de amor y odio, en los camerinos. El hecho de que Caracol estuviese casado solo hacía aumentar la expectación que generaban las actuaciones de la pareja. Tras romper en 1951, se relacionó a la cantante con diversos futbolistas aunque finalmente fue otro músico, Antonio González, El Pescailla, quien la llevó al altar en 1957. Del matrimonio nacieron tres hijos que siguieron sus pasos: Lolita, Rosario y Antonio, fallecido apenas unos días después que su madre. La saga artística continúa actualmente con el éxito como actrices de dos de sus nietas: Alba Flores y Elena Furiase.


La jerezana hacía gala de un inagotable instinto del espectáculo capaz de sacar partido hasta a las situaciones adversas. Uno de los momentos más memorables de la historia de la televisión española lo protagonizó al parar una actuación porque había perdido uno de sus pendientes, que era de oro y su trabajito le había costado pagarlo. En una entrevista pocos días antes de su boda, su hija Lolita tuvo la cándida idea de invitar a todo el que quisiera acercarse a verla. El resultado: la iglesia de Marbella colapsada de curiosos que impedían la celebración del enlace y Lola suplicando por la megafonía aquello de "si me queréis, irse". Incluso en sus momentos más negros, cuando la deuda con el fisco la sentó en el banquillo, tuvo arte para afirmar que, si cada español pusiera una peseta para ayudarla a pagar, ella se iría después a un estadio para tomarse una copa con todos ellos y llorar de alegría.


Un cáncer de mama apagaba la vida de la artista el 16 de mayo de 1995 en su casa madrileña, a la que había bautizado como El Lerele en recuerdo de la canción que había lanzado su carrera. Se calcula que 150.000 personas pasaron por su capilla ardiente. Acababa su vida, pero no su leyenda, aumentada si cabe desde entonces, reivindicada en los últimos tiempos como icono de esa España cañí que es a la vez tierna, kitsch y fascinante y la que ella representa como nadie. Lola Flores sigue siendo una estrella con tanto que decir que solo nos deja decir a nosotros lo mismo que sentenció aquel americano. Veinticinco años después de su muerte, sigue siendo imperdonable perdérsela.

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