Isabel Torres en una de las escenas de 'Veneno'
“Yo alucino. Primero os insultan, os llaman mariquitas, nenazas, os tratan de mujer y luego, cuando ya sois mujeres —que siempre lo habéis sido, entiéndeme—,pero cuando ya sois mujeres os tratan de tíos ¡Yo flipo! Es que lo hacen por joder”. Amparo, Veneno (2020)
La amiga “siniestra” de Valeria Vegas nos representó a todos en esta escena del restaurante chino, cuando Cristina Ortiz, la mítica Veneno, ya en sus años de decadencia forzada contaba cómo fue su infancia en Adra.
La serie homenaje de Los Javis a uno de los personajes más míticos del late night show español no está dando puntada sin hilo. Cada domingo, trae perlas como esta que ligan a la perfección con la tónica principal de la trama: la historia de una mujer devorada por el personaje que crearon de ella.
Desde hace semanas, miles de usuarios estamos enganchados —sí, me reconozco adicto— a la vida de Cristina como el que se topa con el amor de bruces por primera vez en su vida. Todos —incluidos los que no habíamos siquiera nacido cuando las largas piernas de la Veneno cruzaban el Misisipi— la conocíamos, pero no veíamos más allá de un personaje esperpéntico de antaño, una vieja gloria de la televisión que necesitaba los focos y los platós como el comer. Sin embargo, ninguno conocíamos a la verdadera Veneno, la que pasó de ser “Joselito, el maricón”, a Tania, de la Calle, y, después, como el pavo gris y feo que acaba convirtiéndose en pavo real, a Cristina, la heredera de la Onassis.
Veneno trae consigo muchas lecciones, pero, entre ellas, hay una que pasa tan desapercibida como una frase rápida de un personaje secundario y que llama especialmente la atención cuando uno se sienta a pensar en ella. Más allá de narrar la vida de un personaje como Cristina, la serie no cuenta la historia de una única mujer, sino de muchas mujeres que luchan por ser aceptadas como una más.
Mariona Terés (Amparo), lo expresa a la perfección en la frase que aparece al principio de este artículo. Mujeres a las que, aun siendo mujeres por dentro pero no por fuera, se las tacha de “nenazas” y que, cuando por fin lo son al completo, se convierten en “engendros”, obviando deliberadamente toda la montaña rusa que hay entre ambos extremos. Hormonas, operaciones estéticas y otras tantas zancadillas a las que enfrentarse antes de convertirse en algo que, realmente, ya son: mujeres, “de verdad”. Como dirían mis amigas de Twitter: "En fin, la hipotenusa".
Sin embargo, lo más llamativo de todo, no es qué ocurre —que también—, sino cuándo. La “creación” de Cristina comienza en torno a los años 90 y está marcada por la discriminación y el recelo que causaba el deseo de ser mujer y exteriorizarlo. Sin embargo, si cambiáramos la estética noventera repleta de cardados, hombreras y estampados estrambóticos por unos vaqueros Levis y una torera de Bershka, perfectamente podríamos creer que la escena en la que despiden a Cristina de su trabajo en un hospital porque a los pacientes no le gusta su manera de vestir tiene lugar ayer mismo a la vuelta de la esquina.
¿Cuántas mujeres se juegan ahora mismo sus puestos de trabajos? ¿A cuántas le ponen una diana en la espalda? ¿Cuántas Cristinas, Valerias, Pacas o Sashas caminan por la calle con miedo a que les griten e insulten cuando no algo peor?
Es difícil imaginar el dolor en una piel ajena. Sin embargo, testimonios como los que se narran en Veneno nos ayudan, al menos, a tomar conciencia de que esa realidad de hace treinta años sigue viva. Hoy, sigue habiendo personas a las que, siendo mujeres, no les permitimos que lo sean ¿Tanto miedo se tiene a la libertad? ¿Tanto pánico causa la vana idea de que alguien pueda ser feliz a costa de unos valores anticuados y tradicionalistas? Me imagino qué diría nuestra querida Cristina —mía, tuya y cada semana la de más gente— si viera cómo estamos. Ella se quedaría muerta en la bañera, como Rebeca.
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